por Genaro Aguirre Aguilar
Recién tuve ocasión de encontrarme con un amigo, no de la infancia, pero sí de esos días de juventud cuando un grupo de jóvenes cursaba lo que entonces era el propedéutico universitario. De paso en un centro comercial, caminaba junto a su hijo adolescente en busca de unos tenis. Como es de imaginar -si bien no en todos los casos ocurre igual, pero sí los fue en este-, la alegría del encuentro se materializó en una sonrisa y el ritual abrazo de quienes se encuentran tras muchos años de no verse.
En un tris, me dijo andaba en busca de unos tenis para su hijo, pero también que estaba sorprendido no sólo de la variedad marcas, sino los costos tan alto de un par de zapatos deportivos. La sonrisa como primera respuesta, terminó por ser acompañada de la referencia a una experiencia familiar en la que también me vi sorprendido por el costo de un par de tenis: casi mil quinientos pesos.
New Balance, Nike, Diesel, Reebok, Vans, Fila, Adidas, DC, son algunas de las marcas que conforman una industria de un calzado deportivo que ha venido a convertirse en una constante identitaria entre los adolescentes y jóvenes, quienes sin mediar razón ni posición social y mucho menos, lo difícil que para muchos mexicanos resulta aspirar a ese ingreso, se han dejado encantar por una industria, subordinando una necesidad al poder simbólico de las marcas.
Al respecto, bromeábamos cómo cuando éramos adolescentes con unos Duramil era más que suficiente, pues «duraban hasta que se acababan», o bien aquellos Dunlop azules que tantas tardes hicieron de quien los calzaba una experiencia confortable; no sin dejar de reconocer que cuando algún amigo traía sus Super Faros color rojo, era como manejar una Brasilia de aquellos años.
En fin que los tiempos han cambiado, pues si antes disfrutábamos al máximo nuestro par de tenis, parece que la lógica hoy se conduce por caminos distintos, pues el goce va acompañado de un capital simbólico donde la marca y el último alarido en el diseño de zapatos deportivos, es la máxima aspiración de los hijos de ahora; después de todo qué más da, si en medio de la crisis los padres hacen un sacrificio extra para complacer a vástago. Que tiempos seños don Simón.
2 comentarios:
Como bien dices y como contemporáneo, coincido en lo emocionante que era para los chiquillos de esos años (me incluyo) montarse en un par de tenis nuevos, que sin ser de tanto renombre hacían volar nuestra imaginación, sin importar el ego alimentado por las marcas actuales; otros clásicos de aquella época son los PANAM, de los cuales aun recuerdo los primeros que mis padres me compraron, los cuidé tanto que, cuando tuve que deshacerme de ellos por el lamentable estado en que encontraban, los coloqué en la caja donde me los entregaron nuevos, en una especie de ritual de duelo por la pérdida de algo tan especial para mi.
Son tiempos que pasan y regresan, pero de otra manera. Por ejemplo, yo también recuerdo de los tenis "converse" color vino que que tanto deseaba y que solo se adquirían encargándoselos a alguien que fuera a los E.U.
Y no solo los tiempos han cambiado, sino tambnién nosotros. Que razón se tiene al escribir de lo mucho que llegábamos a disfrutar un par de tenis...cuando ahora el goce solo es un capital simbólico. Muy bien por esos momentos! Atte. Susana Solís.
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