MINUCIAS EN LA VIDA

De la distinción alimenticia

Genaro Aguirre Aguilar

La última vez que había entrado a una tienda de hamburguesas había sido durante los días de celebración de un evento universitario en el que apenas había tenido tiempo de escaparme unos minutos. En esta ocasión, acompañado de mi esposa y mi hija, decidimos llevar a la niña a una de estas tiendas de comida rápida; después de todo tras meses de insistirnos, valía la pena aceptar su propuesta pues igual contábamos con la visita de una de sus tías.

Así que allí estábamos, sin saber qué pedir pues por más que veíamos el menú no dejaba de ser «pan con lo mismo», preparado con ligeras variaciones, además de algunos bocadillos y un poco de jardín (como llama un tío a las ensadas. Total que cuando pregunté a la jovencita por algunas de las opciones, sin esconder su extrañeza se dispuso como «maquinita» a repetir lo que pocos quizá preguntan.

Minutos después, sentados viendo a Ximena comer la hamburguesa, no pude dejar voltear a las mesas para confirmar que -como nosotros-, otros padres de familia allí estaban en compañía de sus hijos, lo mismos amigos que jóvenes parejas; no sé si disfrutando pero sí deleitados comiendo de sus combos: hamburguesas de todos los tamaños, grandes vasos de refresco, papas, helados y una que otra ensalada.

Mientras hacía esto, no dejé de pensar en el costo promedio de cada paquete, preguntándome lo que pudieran comer si pensarán en otras opciones, pues «a ojo de buen cubero», con el promedio de cien pesos en que termina por resultar la inversión por persona, bien valdría la pena echar un ojo al rico menú culinario que tenemos en Veracruz.

Junto a preguntas como estas, no pude evitar preguntame si los padres tienen claro lo que les están enseñando o les niegan a sus hijos cuando -sin rubor alguno- han hecho del gusto por las hamburguesas una reducida experiencia alimenticia. Y es que en verdad, cuando uno muerde una hamburguesa y se da tiempo (digo, entiendo que en una comida rápida esto es lo que menos importa) a sentir el sabor de cada ingrediente, cualquiera que tenga más o menos educado su paladar, termina por reconocer lo plástico de esta comida.

En fin, cada quien sus gustos, pero no deja de sorprenderme saber que muchas familias, especialmente de clase media, tengan por costumbre ir, por lo menos, una vez al mes a comerse una hamburguesa. Para distinguirnos por esto, ¿no resultaría preferible explorar otras culturas alimenticias?


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