
Humanos, demasiado humanos: los docentes
Genaro Aguirre Aguilar
En esta ocasión quisiera compartir una experiencia hace poco vivida en un evento donde se convocó a todos aquellos profesores universitarios con perfil PROMEP. Y si bien reconozco puede haber quienes se sientan incómodos por lo que voy a decir, no puedo dejar pasar la ocasión para reflexionar sobre algo que suele estar ausente en las representaciones que sobre los docentes se tienen: se puede ser parte de la «crema y nata» del profesorado universitario, pero en el fondo ciertas actitudes o comportamientos nos revelan como humanos, demasiado humanos.
En el entendido de procurar un evento ordenado, se hizo llegar por correo un número a cada uno de los docentes que recibirían su reconocimiento al formar parte de un selecto grupo de profesores de calidad. Pues bien, tras la ceremonia se invitó a pasar a las mesas según el orden previamente establecido. La sorpresa fue reconocer que entre aquellos docentes universitarios, con el perfil ideal para ser reconocidos como los «mejores entre los mejores», no atendieron a la sugerencia de los organizadores: no sólo cada quien se formó donde quiso, sino que hubo quienes al llegar tarde, decidieron buscar acomodo aprovechando el desorden que privaba en la sala.
Entre broma y broma de quienes tuvimos que ser los primeros y terminamos siendo de los últimos, los sentimientos eran encontrados: «a veces ser ordenado y respetuoso no importa», atiné a decirle a una colega. Y es que era cierto, delante nuestro estaban colegas con los números 5 y 16, pero terminaron formando parte de los últimos de la fila, detrás de -por lo menos- 60 profesores.
Con otras palabras, diríamos: no cabe duda, en momentos como esos somos tan iguales al resto de los mortales, especialmente cuando se trata de recibir un complemento económico que permitirá hacer frente a los compromisos de fin de año; por ello, cuando se trata de hacer cotidiano lo que la teoría dice, en el caso de sociedades como la mexicana o particularmente la veracruzana, esto es poco significativo: digamos que se hace añicos.
Por ello, no es de sorprender la inviabilidad de «vivir» los valores (esos que se dice se han perdido, pero que casi siempre la mentada ausencia la «vemos» en los demás), cuando en una comunidad académica «privilegiada», altamente «reflexiva», comprometida con la calidad educativa de la Universidad Veracruzana, valores como el respecto, la dignidad brillan por su ausencia.
No está mal que en la retórica académica los valores se digan promovidos, pero no deja de llamar la atención la simpleza con que la vida cotidiana, nos devuelve a la realidad. Para muestra ese botón.
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