MINUCIAS EN LA VIDA



Saldos del carnaval del bicentenario


Genaro Aguirre Aguilar




Tal cual lo había constatado en el desfile del 20 de noviembre del año pasado, si no son los bomberos, los marinos o los mismísimos agentes de tránsito, quienes conforman los cuerpos de seguridad en la ciudad, suelen ser vilipendiados o menospreciados.


Por ello, el pasado domingo cuando junto a mi familia tuve ocasión de presenciar el desfile matutino, me sentí bien cuando de uno y otro lado de la tribuna, la ovación se dejó sentir espontáneamente tras el acto de presencia que hiciera la policía, después de una de las trifulcas que parece fueron recurrentes en estos días de Carnaval.


Resulta ser que llegamos y nos instalamos por Villa del Mar, ahí justo donde la joven que nos vendiera las gradas dijera que la noche del sábado había sido «muy pesada» por la cantidad de peleas que se habían generado por allí; algo que confirmaría alguien del personal que supervisaba los costos de las gradas y quien nos sugiriera nos «moviéramos de allí», por la violencia que caracterizaba a esa zona; personal a quien interceptamos un grupo de ciudadanos cuando nos dimos por enterados que habían abusado de nosotros al cobrarnos 60 pesos por grada.


Total, que si bien el alcohol no corrió como en otros años (por lo menos es la percepción que tuvimos nosotros), en frente había un grupo de jóvenes en apariencia «relajados pero gozando del momento», haciendo del paseo una ocasión para pensar que el «carnaval, carnaval», siempre es allá abajo y no acá arriba. En aquello estábamos, cuando de pronto alguien gritó « ¡Hay una bronca!». En un instante, una decena de jóvenes estaban enfrascados pateando a alguien tirado sobre el pavimento. Como suele ocurrir en estos casos, seguro la mayoría de los participantes no sabía las razones del enfrentamiento, pero sí que el instinto los llevaba a participar de ese otro «festín de la carne».


Tras unos minutos que -para quien estaba en el piso- tuvieron que ser una eternidad, un grupo de señoras y un joven logró que aquella «jauría» dejara de patear a quien luego vimos era un joven de tez blanca, quien apoyado por un joven logró pararse como pudo, para que fuéramos testigos cómo su color de piel se veía ensombrecida por la sangre que sobre su rostros tenía.


Si bien a unos 50 metros de donde estábamos, nunca vimos que uno de los chavos frente a nosotros había participado, hasta la llegada de las fuerzas del orden, quienes al llamado de un animador se habían apersonado para ver qué es lo que había ocurrido, así como los paramédicos, quienes tras el llanto y desvanecimiento del chavo golpeado, se lo llevaron. Fue entonces, cuando -desde las tribunas- comenzaron los señalamientos, para que la policía diera con los agresores. Si bien no se llevaron a todos, sí lo hicieron con aquellos que como si no hubieran hecho nada, se habían vuelto a colocar donde estaban para seguir viendo el paseo de Carnaval. En medio de gritos «¡Montoneros!», «¡Allí, allí!», «¡No, ese no, aquel!», dieron con quien estaba frente a nosotros.


Tras la captura de estos infames revoltosos, se dejó escuchar una ovación por parte del público, quienes pudieron dejar constancia, aunque sea por un instante, que la policía puede ser reconocida por una ciudadanía poco acostumbrada a hacerlo, especialmente porque desconocen el grado de vulnerabilidad que tiene una labor que en sociedades como la nuestra no tiene nada de dignificante.


Por cierto, al parecer todo esto ocurrió a unos metros de donde estaba el gobernado, pues al abandonar las gradas tras el final del paseo, prácticamente nos encontramos de frente con él.

1 comentarios:

Jorge Campa Perez dijo...

Inevitablemente, el cada año más el Carnaval se convierte en un lugar desapropiado de la civilidad y del sentido de la colectividad. Mucha crítica respecto al alcohol, pero poco al comercio que este genera.
Cierto es imaginarse a los PN's "limpiando" la falta de respeto al derecho de los ciudadanos para disfrutar una fiesta que poco a poco ha ido perdiendo su tradición para convertirse en el "springbreak" de los pobres de la región y de más allá.
Lamentablemente, estas otras racionalidades que conviven unas con otras, no siempre terminan en el respeto a la paz y la concordia, sino que se ven interrumpidas por la violencia de algunos pocos que exceden en su acción su estado de derecho.
Menos mal que todavía la policía actúa antes de que la ciudadanía lo haga, pues es más violenta en ocasiones que la justicia que puede ejercer los agentes públicos.
Cabe de todas maneras preguntarnos, si los ciudadanos de apie, no tendríamos que organizarnos para exigir al municipio que genere leyes que protejan la diversión de los pequeños, ancianos, y débiles motrices.
Ya, si la raza desea partirse la cara, pues que mejor lo hagan en su casa, mientras los demás disfrutan del evento que fueron a ver.

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