MINUCIAS EN LA VIDA


Sabina y Prado rompen una canción

Genaro Aguirre Aguilar

Reconozco que desde mis años como estudiante universitario comencé a seguir los pasos de quien entonces se decía era un fenómeno musical hacia finales de la década de los 80 en España. Poco después, pasaría a convertirse en un referente obligado para reconocer en su obra una propuesta artística que se distinguiría por la exquisita manera de tratar sus temas, por una imaginación capaz de explorar en las posibilidades del español como recurso lírico; por la forma en que suele desnudar la vida a través de historias, de anécdotas, de personajes que en sus tramas metafóricas revisitan los lugares comunes o se asoman por múltiples ventanas para espiar a otros tanto como la expiación de sus propios temores.

De entonces a este 2010, muchos caminos y atajos hemos recorrido a través de los discos de Joaquín Sabina, muchos momentos gozosos pero también de angustiantes esperas han sido parte de esta querencia hacia quien nos ha permitido aprender con cada paso dado; incluso después de postrarse frente a la muerte y salir adelante, pero reinventándose así mismo pues, después de todo, la apuesta ganada no es asunto mejor. Y esto, es algo que se observa en sus dos últimas entregas: Alivio de luto y Vinagre y rosas, en donde ha dejado de ser el crápula de antes, para convertirse en el mismo Sabina de siempre.

Por eso, con las ganas acostumbradas esperábamos la aparición en México del libro Romper una canción. Así se escribió el disco Vinagre y rosas de Joaquín Sabina, de Benjamín Prado, una suerte de bitácora de viaje y creación que le permite al lector vivir de cerca las tardes y las noches, los acuerdos y disensos que permitieron dar luz a la recién obra del de Úbeda avecindado en Madrid.

Gozoso es lo menos por decir de un libro que reporta paso a paso, los instantes que posibilitaron que un compositor y un escritor (ambos poetas se dicen), decidieran viajar a la ciudad de Praga para –juntos- elaborar las letras del disco que se llamaría Vinagre y rosas. En medio de la discusión, las bromas, las dudas, el asombro (que hacemos nuestros), propios y extraños hoy tenemos que reconocer los resultados no pudieron ser mejores: estamos ante un puñado de canciones que desde el inicio al final (incluso en la etapa de producción del disco), vivieron o padecieron un proceso de maduración y refinamiento que habla de pequeñas obras que suelen ser pensadas en serio.

Como sus fanáticos saben, un disco de Sabina es una obra colectiva, pues no son pocos los ejemplos en dónde a una letra, alguien más le pone la música, apuntala una estrofa o termina por completar la instrumentación. Esto porque si bien es cierto tanto Pancho Varona como Antonio García de Diego, suelen ser los responsable de dar vida a las maquetas de Sabina, en esta ocasión se sumó el nombre de Benjamín Prado a la manufactura letrística; por lo que otro personaje pasa a formar parte del universo creativo sabiniano, si bien es cierto ya había tenido ocasión de colaborar en algunas canciones.

Si esto no bastara, quien lee y sabe de lo complicado que es escribir a cuatro manos, en el libro Romper una canción… no sólo puede encontrar motivos sino también guiños para junto a un amigo, un colega o alguien más, escribir; entendiendo que el saber escuchar y renunciar, pueden ser dispositivos estratégicos en el acto de crear. A veces puede ser bueno creer en la inspiración, pero como en este libro se muestra, los actos de iluminación tienen mucho que ver con el oficio y la generosidad.




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