MINUCIAS EN LA VIDA


Del miedo y otros demonios

Genaro Aguirre Aguilar

No es fácil tratarlo, pero vayamos poniéndolo sobre la mesa: ¿cuáles serían los peores miedos a los que vamos enfrentándonos cotidianamente?, ¿serán los mismos de siempre o es posible que hayamos creado otros?, ¿en ese recuento, es posible encontrar respuestas o razones para entenderlos? En lo personal, siento es difícil por estar cercanos a un acto de confesión. Como quiera que sea, si me detengo un instante frente al espejo y comienzo a dialogar conmigo mismo, lo primero que debería salir es el temor que suelo sentir al decir «no»; algo que debiera molestarme, pues en un periodo de mi vida tomé como cobijo aprender a decir «no» para un montón de cosas.

No obstante, con el tiempo esto se ha complicado, y aquí mis apreciables amigos psicólogos seguro sabrían las razones, pero en lo personal quizá prefiera no encontrar la respuesta. Curioso, pero esto también es otro de los miedos que se revelan regularmente: encontrar la respuesta a una interrogante que personalmente me involucra. Quizá tenga que ver con desprenderme para poder reaprender de esas gelatinosas zonas de confort o certidumbre sobre las que camino con regularidad, algo que entendí aquel día cuando decidí cruzar el umbral para aceptar que en cuestiones relacionadas con la tecnología de última generación tenía que apurarme si quería ser un interlocutor de los chavos con los que me relaciono diariamente. Por ello, hoy no me cuesta ningún trabajo aceptar que soy un inútil en el uso de muchos de esos recursos.

Otro de esos momentos relacionados con no saber cuando «decir que no», es ante preguntas que sugieren, piden, incluso suelen exigir, respuestas afirmativas con referencia a algo. Por alguna razón, al contrario de aquel personaje de Alejandro Suárez que siempre negaba las cosas, mientra mi cabeza dice «no», termino por decir que «», aun cuando en el instante me arrepienta. Del tal suerte, de rubor y de vergüenza están hechas estas palabras, como también de revelaciones relacionadas con miedos que siento haber adquirido en el transcurso del último tramo en mi vida.

Las vestimentas y los rostros de estos demonios pueden tener que ver con temores o algún signo de otra naturaleza que, desde ahora me comprometo a atender, para no tropezarme a la vuelta del instante con un cruda prematura, ante algo que también está cercano a una falta de respeto a esa confianza depositada por quienes nos consideran interlocutores. En verdad, desde hoy comenzaré a decir que «no».

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