
Genaro Aguirre Aguilar
Fue muy de mañana cuando el tiempo se reveló duro, incuestionable y tan objetivo como para darme en el rostro con toda su descarnada realidad o más bien, en toda su real flacidez.
Siempre he sido de esos que a la menor provocación dice cuántos años carga a cuestas. Incluso en algún momento de mi vida solía aumentar la edad hasta que me di por enterado que había alcanzando los umbrales de los 35 años, un estadio que llegué a idealizar durante muchos años sin recordar bien a bien las razones de ello.
Poco después, entendí que había necesidad de despojarse de las vestiduras de Peter Pan, por lo que alcanzada la frontera de los 40, volví sobre mis pasos para vestir con la formalidad de cuando transitaba por la juventud. Igualmente, comencé a acudir al médico para una valoración general al inicio de cada año, aun cuando suelo automedicarme y aguantar hasta lo último para acudir al médico si siento alguna afectación, según yo, menor.
Entiendo y reconozco lo poco prudente que esto es, no obstante considero que a lo largo del tiempo he ido conociendo y dialogando con mi cuerpo y alguno de sus signos vitales, por lo que esa mañana no tuve más que aceptar el tiempo había caído encima mostrando algunos signos y sus huellas.
La referencia son esas líneas que ya se dibujan hacia la parte superior del pecho, del lado interno de las axilas. Allí el tiempo se ha detenido, ha erigido su guarida para habitar y no dejar pasar, replanteando una estética que a partir de ahora debe conducir nuestro hacer. No soy de los que piensan que la edad es de quien la trabaja y que la verdadera reside en el corazón, mucho menos que los cuarenta son los nuevos treinta.
No me engaño, he dado la vuelta a una hoja y quizá me encuentro en la «mera medianía de la mitad de en medio», como dijera mi tío Monche, el hermano menor de mi abuela Elda. El cuerpo mancillado por el tiempo, la cabeza colmándose de canas, son otros de los signos, los mismos a los que llego con las ganas de seguir pa’lante, convidado por una vida que muestra su generosidad a cada paso dado, tendiendo puentes entre mi ayer y este presente que vivo junto a mis seres queridos: mi esposa, mi hija y un hijo adolescente que siempre me recuerda donde estoy y hacia donde camino.
¿Por qué cada vez es más extraño gozar la adultez?, ¿cuál es la razón para buscar estilizar una vida que vive en sus propias estéticas, haciendo del tiempo un extraño aliado que tiene la obligación de hacernos ver quiénes fuimos y aquellos que estamos siendo o seremos? No lo sé en los demás, pero en nuestro caso, asumimos que estamos en el corazón de una madurez que deseamos vestir más o menos con dignidad; después de todo, palo dado ni Dios lo quita, aun cuando sepamos que nunca seremos los mismos tras 45 años de vida, pues como dice Sabina, ha quedado atrás la república feliz y por ello, escapados del sueño de seguir siendo Dorian Grey.
Poco después, entendí que había necesidad de despojarse de las vestiduras de Peter Pan, por lo que alcanzada la frontera de los 40, volví sobre mis pasos para vestir con la formalidad de cuando transitaba por la juventud. Igualmente, comencé a acudir al médico para una valoración general al inicio de cada año, aun cuando suelo automedicarme y aguantar hasta lo último para acudir al médico si siento alguna afectación, según yo, menor.
Entiendo y reconozco lo poco prudente que esto es, no obstante considero que a lo largo del tiempo he ido conociendo y dialogando con mi cuerpo y alguno de sus signos vitales, por lo que esa mañana no tuve más que aceptar el tiempo había caído encima mostrando algunos signos y sus huellas.
La referencia son esas líneas que ya se dibujan hacia la parte superior del pecho, del lado interno de las axilas. Allí el tiempo se ha detenido, ha erigido su guarida para habitar y no dejar pasar, replanteando una estética que a partir de ahora debe conducir nuestro hacer. No soy de los que piensan que la edad es de quien la trabaja y que la verdadera reside en el corazón, mucho menos que los cuarenta son los nuevos treinta.
No me engaño, he dado la vuelta a una hoja y quizá me encuentro en la «mera medianía de la mitad de en medio», como dijera mi tío Monche, el hermano menor de mi abuela Elda. El cuerpo mancillado por el tiempo, la cabeza colmándose de canas, son otros de los signos, los mismos a los que llego con las ganas de seguir pa’lante, convidado por una vida que muestra su generosidad a cada paso dado, tendiendo puentes entre mi ayer y este presente que vivo junto a mis seres queridos: mi esposa, mi hija y un hijo adolescente que siempre me recuerda donde estoy y hacia donde camino.
¿Por qué cada vez es más extraño gozar la adultez?, ¿cuál es la razón para buscar estilizar una vida que vive en sus propias estéticas, haciendo del tiempo un extraño aliado que tiene la obligación de hacernos ver quiénes fuimos y aquellos que estamos siendo o seremos? No lo sé en los demás, pero en nuestro caso, asumimos que estamos en el corazón de una madurez que deseamos vestir más o menos con dignidad; después de todo, palo dado ni Dios lo quita, aun cuando sepamos que nunca seremos los mismos tras 45 años de vida, pues como dice Sabina, ha quedado atrás la república feliz y por ello, escapados del sueño de seguir siendo Dorian Grey.
2 comentarios:
Me gustó eso de 'la mitad de en medio' de estar en el corazón de la madurez y de vestirla con dignidad. Pensé para mí, si eso es así, cada palpitar irriga lo que soy e integra el sentir de la niña, la adolescente, la joven, la adulta...sigo siendo yo, disfrutando el milagro de vivir. Gracias! Por las minucias. Ma. Eugenia.
Admirable la objetividad de su expresión, ademas de digerible.
Me agrado su forma y sencillez, sin tapujos o vanidad.
En particular me gustaria que se escribiera la parte II y III, etc; porque el tema es muy bueno y cotidiano ya que a la vez esta escrito de manera muy amena. Felicitaciones, me gusto mucho.
Atte. Susana Solis.
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