
Celia Rosado Romero
El aire sopla por el pasillo, es el único sonido que se escucha. Es lunes y son las nueve de la mañana y parecería que la vida académica se paralizó. Cuestionar el por qué, nos lleva a un segundo paso, la reflexión.
Las ideas se arremolinan pero no tiene un hilo conductor, cuesta trabajo pensar en la respuesta. Aquellos tiempos donde el bullicio nos hacían desesperar, cuando las risas juveniles nos obligaban a buscar un espacio silencioso para trabajar Hoy añoramos todo ese trajín. Lo pedimos.
Seremos culpables de ese silencio sepulcral que nos lleva a pensar en que nos hemos enterrado vivos en una mole de concreto?
Quisiera, desearía que no fuera así; me asusta.
Me paro en el corredor y espero con quién dialogar. Al fin una cabeza se asoma por las escaleras, son ellos, me dijo. Los alumnos que llegan a clase. Su andar, poco garboso lo dice todo. Es la comunicación silenciosa del desgano.Còmo espíritus pasan por mi lado. El desconsuelo me apresa; sólo recibo un "buen día".
Me acerco a un catedrático y le disparo la pregunta ¿qué pasa?.
Somos nosotros los que hemos cambiado las reglas de la convivencia escolar, o son ellos. Es la brecha generacional que no podemos soslayar. Es la institución que no los absorbe y los hace suyos.
El me mira con ojos interrogantes que lo dicen todo, no lo sabe.
Lo que si se es que tenemos que hacer algo, ¿Qué? Ya se me ocurrirá alguna travesura juvenil.
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