
En el país de las maravillas… la reina
Genaro Aguirre Aguilar
Uno de las historias más alucinantes y alucinadas conocidas en la literatura juvenil es la de Alicia en el país de las maravillas, una obra que ha encantando, sorprendido a muchas generaciones de infantes, quienes disfrutan del viaje, sus entrañables personajes tanto como las situaciones extrañas, rocambolescas, maravillosas que asaltan la razón para darle cabida a una imaginación que desata con este relato.
Si bien el Gato de Cheshire, el Conejo Blanco, el Sombrero Loco, al Liebre de Marzo resultan entrañables, qué podemos decir de los súbditos y el séquito de aquel país donde la reina resulta la encarnación de un absolutismo sibilante, donde lo que dice se hace, lo que quiere se procura, lo que anhela se materializa; decidiendo no sólo sobre las formas, si no también resolviendo sobre los destinos de aquellos que osen contravenir o representar un obstáculo en su mandato: “¡Que le corten la cabeza!”, es su lema favorito.
Como ningún otro relato infantil, junto a mis hijos hemos descubierto tantas versiones de esta historia como formatos se puedan imaginar. No obstante, sea en su versión original, adaptada o ilustrada, al final la lectura conduce por los mismos pasadizos: reconocer la existencia del poder de la imaginación en una más de sus meandros; lo que sin duda contribuye a admirar la forma satírica en la que costumbres y la detentación del poder retratados, al mostrar la manera en que los lacayos (o cualquier otra representación de la subordinación), se postran y renuncian a la libertad, la autoestima, el valor y la dignidad humana.
En medio de lo fantástico, esta distinción puede conducirnos por un mundo que entiende la existencia de relaciones diferenciadas, muchas veces asimétricas y determinadas por una condición de jerarquía o poder, pero nada tan lejano como tener que renunciar al libre albedrío; algo que parece desconocen el erizo, los naipes y los flamencos en el famoso juego de croquet, cumpliendo con y atendiendo a los caprichos de su reina.
Al final, tiene que ser Alicia quien altera esta condición de sometimiento al desdecir a la reina cuando ésta amenaza con cortarle la cabeza, recobrando “el tamaño” propio de un ser humano, aun cuando atraviese su etapa de pubertad. En su condición de súbdito respondón que instantes después despierta de su letargo, el personaje de Lewis Carrol demuestra filones de dignidad, dejando atrás aquel país donde la reina seguirá reinando, pues sus vasallos y acólitos parecen incapacitados para distinguir entre ser un incondicional o un personaje con capacidad para narrar su propia historia.
1 comentarios:
Y bueno, he intentado recordar por qué me gustaba ese cuento, será por Alicia!? O por la reina!?
Y de repente pienso que es por las dos, el ser humano cuando se descubre que es, también descubre que en ocasiones ha sido Alicia y otras veces ha sido o ha deseado ser la reina. Traigo a colación una anécdota de mi hermana menor, que se llama Reyna, un día llega de su trabajo cansada y con los problemas del día a cuestas y entre las tareas de la casa, la hija, el esposo y los de ella, da una serie de indicaciones a Jessy que la agobian, “Jessy contesta el teléfono, tráeme el bolso, apaga la tele, alcánzame la revista etc… y Jessy quién tenía 8 años cuando esto pasó, hace todo lo que le dice su mamá, y al llevar el último encargo Jessy le dice: mamá, sólo recuerda que soy tu hija.
Quiero decir con esto, que al descubrir que podemos ser Alicia, la reina, los súbditos o cualquiera de los personajes, descubrimos también que hemos aprendido a ser como ellos y de alguna manera hemos decidido mantenernos ahí por los beneficios que nos trae. Era evidente que Jessy le hacía un reclamo a su mamá y ella, en esa ocasión, se disculpó.
Vivir con dignidad implica reconocer lo valioso del ser humano, pero también implica coraje y sencillez para mantener el tamaño propio de serlo y a veces hay que rasgar el propio yo y eso duele. Como usted dice, desandar lo andado o como alguien más ha dicho desaprender lo aprendido.
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