MINUCIAS EN LA VIDA

Entre leer y no leer: ¿allí la cuestión?

Genaro Aguirre Aguilar

Lee o no leer. Esa pudo haber sido una cuestión particularmente significativa en aquellos días cuando la cultura letrada era el lugar convencional en la construcción de un tipo de saber legitimado. Quienes nos formamos (¿o mal formamos?) a partir de este tipo de experiencias, solemos entender «hábitos de lectura» de manera distinta a quienes son parte de una generación que ha ido aprendiendo a convivir en un escenario que diversifica o desterritorializa el concepto de «lectura».

Por supuesto que hoy cuando veo a un estudiante tener en sus manos un libro o revista, la emoción sigue conduciendo aquel anhelo para seguir creyendo que estoy ante alguien distinto al resto de los chavos. Lo que en el fondo supone seguir caminando por atajos de certidumbre donde –parece- encuentra cabida un tipo de conservadurismo del que casi no hablamos.

Lo cierto es que cuando alguien nos dice por qué le gusta leer, nos emocionamos al reconocer que se siguen pisando aquellos lugares comunes por donde nos movíamos sus adultos. De allí también que –en lo personal- me quede sin palabras cuando alguien me responda por qué tiene que leer, especialmente cuando le hablo de la literatura clásica. Y es que en los últimos meses he tratado de «saldar cuentas» con algunos títulos que tenía pendiente; por lo que me encuentro revisando autores o títulos que eran fundamentales en el goce y aprendizaje en nuestra etapa adolescente, pero que tampoco leímos en su momento.

La verdad es que –distanciados de razones academicistas- la literatura clásica puede ser aburrida, si consideramos que sus referentes, sus lugares, sus historias y sus personajes se enfrentan a condiciones de temporalidad, práctica, hábitos y procesos de apropiación que -en poco- se parecen a lo que pudimos vivir las generaciones anteriores.

Por supuesto que no sustituyo lo que detona una lectura en lo cognitivo, lúdico y cultural, pero también reconozco la pertinencia del argumento cuando alguien dice: “me da flojera”, “no tengo la obligación”, “no le hallo sentido”.

El problema no está en ellos, pues como bien dice Néstor García Canclini, los académicos seguimos pensando que allí está el conocimiento, la máxima experiencia de quien aprende y lo cierto es que no necesariamente y menos en estos tiempos. De allí que Jesús Mártín-Barbero asegure tenemos un cierto «tipo de ceguera» que lo único que impide en entender estos nuevos tiempos, promoviendo una inoperancia para enfrentar los retos del ecosistema mediacional que caracteriza a estos tiempos. ¿Será cierto?

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