
Del ayer al ahora, solo un tipo maduro: Sabina
Genaro Aguirre Aguilar
Como suele ocurrir cada año (bisiesto para ser congruentes con este personaje), la espera del nuevo disco de Joaquín Sabina, provocó sentimientos encontrados. En el corazón de la expectativa, el placer anhelante de enfrentarse a la magia de un oficio hecho palabra cantada.
Quizá como pocos artistas de habla española, el regreso al mercado discográfico y con él a los escenarios con nueva gira mundial, suele estallar no sólo la emoción, sino también la razón como para hacer de la espera un largo aliento donde haya cabida a la cursilería.
Si con 19 días y 500 noches hay quienes reconocemos lo que hasta ahora puede ser su obra maestra, nunca diríamos que con Dímelo en la calle traicionó a quienes seguimos diciendo es el mejor compositor en la lengua de Cervantes. Pero algo ha cambiado, pues tras la vida disipada y su entrega a los placeres de este mundo, la factura le llegó y con ella algunos problemas de salud que lo llevaron a alejarse una larga temporada: de una severa infección en la garganta que lo sacara de circulación un buen tiempo, vino una interminable noche de la que sólo queda echar a andar la imaginación, como para entender el porqué anduvo al borde de la muerte tras el “marichalazo” que lo obligara a hacer un balance de su vida.
De allí que con la edición de Alivio de luto, nos encontráramos no sólo a un Sabina distinto sino ante la asunción de quien ya venía anticipando una reinvención de su «sí mismo», misma que encontraba resonancias en el contenido de sus letras: la recapitulación, el reconocimiento y la expiación de demonios que siempre habían deambulado en su obra, pero que la nueva materialización no podían escapar a su etapa de vida, tras de haberse asomado al sendero del no regreso. Algo de esto puede encontrarse resonando en su Vinagre y Rosas.
Si el desencanto y los finales infelices estaban siempre presentes en su obra musical, la melancolía como propiedad en quien sigue buscando, de quien se burla de su propia circunstancia, sigue siendo parte de esas premisas, pero en ese otro obligado a aprender de la humildad satírica para redimirse; siempre a contracorriente de la opinión de quienes preferíamos a aquel que se nos fue.
Tener o no derecho para recapitular sobre su propia vida, es algo que le compete a cada uno; por ello cuando nos cantaba que a sus 40 y tacos seguía «igual de flaco», «igual de calavera», no nos preocupaba; no obstante cuando nos dijo que la vida era un «lánguido argumento que no se acaba nunca de aprender», seguro muchos no imaginábamos que estábamos ante un ser humano, antes que al imprescindible personaje que ha hecho de sí mismo: hoy en la raya de los 60 abriles, no tengamos dudas: es otro y no volverá a ser aquel que fue.
Si en la canción Resumiendo atestiguamos lo melódico de su testimonio, no tendríamos empacho en reconocer que –efectivamente- como él mismo se canta, durante muchos años tuvo en sus manos la caja de Pandora como para hurgar en ella y proveernos a sus seguidores de sonetos, de coplas, de epistolarios, desde esos mismísimos tinteros borrachos de tinta que ordeñaba a diario. No obstante, los tiempos como la vida suelen cambiar, por lo que resulta comprensible que hoy junto a Benjamín Prado, a cuatro manos hayan compuesto la mayoría de las canciones que componen Vinagre y Rosas; teniendo como excusa que el crápula Sabina pasa por un momento de felicidad que le dificultaría sentarse a componer esas letras que suelen acabar tan mal en sus historias; esas que son las que más le gustan: las de desamor y desencanto, esas que a lo largo de su discografía han estado una y otra vez para (des)enamorarnos por la manera en que ha dicho lo que ha dicho y nosotros –a veces- quisiéramos decir.
Quién puede decir lo contrario tras Calle melancolía, Yo me bajo en Atocha, Princesa, La canción de las noches perdidas, Caballo de cartón, Eva tomando el sol, Donde habita el olvido, Siete crisantemos o Y sin embargo, te quiero; sin duda un ramillete de entrañables canciones que ya no volverán, pero seguirán estando aquí para conformar una suerte de catálogo memorable, a donde podremos seguir acudiendo quienes sabemos que las canciones de ahora, son apenas la continuación de otras tantas que nos han acompañado; las mismas que el mismo Sabina dice comienzan en otras canciones, algunas de las cuales han terminado en algún hospital.
Este es el Sabina de ahora, tan mesurado como nunca, y aunque algunos nos guste más el anterior, tenemos que reconocer su propuesta sigue llegando a algún rincón del alma o la imaginación, en cada uno de quienes le seguimos sus –parece- cansados pasos.
También se vale reinventarse, eso lo tenemos bastante claro y aprehendido.
1 comentarios:
Sabina es un ícono para muchas generaciones en todo el mundo. Sus canciones nos dan una perspectiva diferente de ver la vida. Es alguien diferente, especial casi mágico diría yo. En fin, me cautivan sus canciones, tooooodasssss...!!!!
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