MINUCIAS EN LA VIDA
Saramago y su muerte: la orfandad de quienes lo admiramos
Genaro Aguirre Aguilar
Ahora entiendo el porqué esta madrugada sentí la fuerza de la naturaleza muy abrupta: a medio camino entre el enojo y la tristeza, algo quería anunciar el cielo mismo con tanta lluvia, rayos y centellas. Un par de horas después lo sabríamos: ha muerto el escritor y premio nobel de literatura José Saramago.
En estos momentos que escribo, confirmo lo que no hace mucho le preguntaba a mi esposa cuando hablábamos de aquellos autores imprescindibles en nuestras vidas que -poco a poco- han entrado en los terrenos de una vejez: quien los suplirá cuando mueran. Y si bien hablábamos de cantantes entrañables, detrás estaba también todos aquellos que hemos tenido ocasión de admirar por sus obras pero igual por la calidad humana que los caracteriza.
Aquí sin duda alguna entra lo que para mi ha significado José Saramago desde aquellos días cuando tuve ocasión de leer El evangelio según Jesucristo, para más tarde rastrar su trayectoria y comprender que hay de maneras a maneras de asumir ser un personaje público con aliento de universalidad. Sujeto político a todas luces, si hay alguien de quien se pudo aprender en tiempos de desesperanza y menosprecio por los más vulnerables, ese creo fue un escritor que tras la publicación de su particular mirada sobre el evangelio cristiano, tuvo que exiliarse de su natal Portugal ante la intolerancia de una sociedad que fue desnudada en su intolerancia ante las preocupaciones intelectualmente humanas de un autor como Saramago.
Hoy ha muerto alguien que siempre estuvo allí para signar y confirmar el interés que le despertaba aprovechar su capital simbólico en beneficio de algo que consideraba una buena causa. Tras 87 años de vida, el escritor de Las intermitencias de la muerte, ha cruzado ese umbral para encontrarse con quien dijo pese a su edad no le temía, pues después de todo "la muerte es, sencillamente, no haber estado". Hoy ya está ahí donde todos algún día estaremos quien nos dejó como última obra Caín, un texto breve en el que vuelve la vista sobre este personaje bíblico para, hipotéticamente, hablar de lo que pudo también ser otra exégesis del fratricidio como de la itinerancia de ese personaje condenado en el imaginario cristiano
En fin, como suele ser común, muerto el autor habrá quienes la aprovecharán para colocar su obra completa en los estantes de las librerías, lo mejor aquel potencial lector poco conocedor de un autor imprescindible para hacer otras lecturas del complejo mundo que vivimos. Quienes lo admiramos, lo extrañaremos por la orfandad en que nos deja, de allí que quizá lo mejor que podemos hacer para seguir junto a él, es volver a leer aquellas obras que también llenaron el alma: La balsa de piedra, Historia del Cerco de Lisboa, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres La Caverna, El hombre duplicado, entre otras que no pudimos leer en su momento.
Mientras tanto, esperemos que allí a donde haya llegado, igualmente sacuda las conciencias como lo hizo en este mundo, si es que por aquellos lares también existen lectores o conciencias.
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