"Los cuatro jinetes del Apocalipsis de la prensa de América Latina" (Miguel Ángel Bastenier)
Celia Rosado Romero
La sonrisa era de satisfacción y la mirada serena pero desafiante, camino entre las bancas de un salón de clases ubicado en el segundo piso, para entregar la tarea asignada, era su primera nota informativa. Mientras, el maestro y sus compañeros lo observaban desfilar entre las dos hileras de bancas. El recuerdo lo remonta a la página seis de un periódico local y dice: fue mi primera nota y ocupo las ocho columnas de ese rotativo, todavía guardo la publicación, hoy ya amarillenta; sigo en la brecha tratando de cumplir como si fuera mi primera tarea, afirma con orgullo.
Era la época de Rock and Roll, del Festival de Woodsteck, de los The Beatles, de azarosos acontecimientos de los sesentas, pero también de las fechas que se inauguró el nuevo edificio de la Facultad de Periodismo, la esquina de Arista y Zaragoza en el puerto de Veracruz, se paso de una vieja casona de 5 de Mayo a un edificio propio.
Para los que vivieron, esa temporada estudiantil, fue el parteaguas de su ejercicio profesional. Las enseñanzas basadas en la búsqueda de la información de primera mano, fidedigna, exclusiva, "para la de ocho columnas", era la exigencia, debería ser el testimonio vivido de un minuto de jornada periodística.
Eran unos cuentos, apenas 13 alumnos los que conformaron la generación 1965-1968, sin embargo, en ese entonces era la generación que mayor número de estudiantes había captado la facultad. Hoy, algunos han pasado a reportear en otras latitudes, otros incrustados en la docencia, otros más en la investigación, pero todos con el sello de lo viejo aprendido en esos salones.
Tiempos diferentes se viven hoy, las generaciones son de cientos de jóvenes ilusionados en incursionar no sólo en los medios de comunicación masivos sino en diferentes áreas de la comunicación. La Facultad de Periodismo se convirtió en Ciencias de la Comunicación, y su filosofía tiene otro enfoque.
Las nuevas tecnologías obligan a dar otra formación a los estudiantes de comunicación. Pensar sólo en la prensa escrita es obsoleto. Se tiene que enseñar a escribir en todos los nuevos medios de comunicación: televisión, radio, Internet. Los periódicos digitales nos acechan continuamente. La discusión se recrudece: ¿desperecerán los periódicos impresos para convertirse en digitales?, ¿el papel quedará en desuso? La historia nos dará la respuesta.
Mientras tanto, los docentes de la facultad seguirán con su tarea enseñar a escribir en periódicos, digital o impresos, consecuentemente interesante es la postura del periodista español de El País Miguel Ángel Bastenier, cuando en el taller impartido bajo la interrogante "Cómo se escribe un periódico" , bajo la organización del FOPI, es contundente al afirmar:
De ese mercado exiguo que hoy existen, hay una necesidad de hacer periódicos baratos de personal mal pagado, pero que, sin embargo, al menos en teoría aspira a hacer todo lo que un periódico de regulares dimensiones hace en el mundo occidental desarrollado: el mismo número y más o menos parecida extensión de secciones desde la actualidad nacional, internacional, política, cultural y económica hasta las necesidades que expresan secciones como por ejemplo sociedad, deportes, espectáculos, entretenimientos y Gente. Y no digo que todo eso no deba hacerse, sino que con los medios con se cuenta no tiene sentido casi nunca hacerlo.
Continúa en su postura: esos periodiquines padecen una grave condición de:1) Declaracionitis; 2) Oficialismo; 3) Hiperpolitización; y 4) Afasia (mudez sobre) del mundo exterior.
Interesante, porque cuando el se refiere al periodismo latinoamericano, cuanta desde luego, México y por consiguiente el periodismo veracruzano. Podemos estar o no de acuerdo con él, pero a pesar de ello vale la pena reflexionar, a partir de su análisis, cómo sino volver a los viejos cánones del periodismo que habla de exclusivas, pero si de un periodismo de investigación, de análisis, con el objeto de apoyar a la toma de decisiones de una población ávida de credibilidad.
Su tesis de basa en la argumentación siguiente:
1) Si tenemos 15 o 20 periodistas para llenar 32 o más páginas formato sábana, está claro que para llenarlas hay que ir a lo fácil. Todo lo que diga casi todo el mundo que tenga algún tipo de autoridad tendrá cabida en esas páginas. Haremos, por tanto, periódicos de lo que la gente dice, que es siempre lo que les interesa que se sepa a los actores del espectáculo supuestamente informativo diario, y no lo que hacen que con gran frecuencia es lo que no quieren que se sepa. Llenar páginas con lo que la gente dice es hacer el periódico que esos personajes quieren, no lo que queremos nosotros y el público verosímilmente demanda. Es lo fácil y lo barato.
2) Esa declaracionitis, única forma de llenar los diarios, nos conduce irremisiblemente a las grandes fuentes locuaces de nuestro tiempo: los funcionarios, los integrantes de la cosa pública, a los que parece que les paguen solo por hablar. Y cuando digo oficialismo ni siquiera me refiero únicamente a personal de Gobierno, sino a todo lo que huela a oficial: cámaras de comercio, corporaciones, consorcios, ONGs, a los que sirven ese maravilloso eufemismo tan colombiano, tan latinomericano que llamamos y se hacen llamar 'periodistas institucionales', que son justamente dos términos que nunca pueden ir unidos. Lo institucional no puede ser periodístico, ni lo periodístico, institucional, sino todo lo contrario.
3) Nada más lejos de mi intención que negar el carácter político de los diarios. Desde siempre y para siempre están y estarán hechos de política y cultura, y aun más de lo primero que de lo segundo, pero el mundo no se acaba ahí. Esos periódicos (virtualmente todos) a los que sólo interesa con alguna urgencia informativa lo político, han olvidado lo que es la vida, y su casi exclusiva preocupación es ese público al que sí interesa prioritariamente la política porque vive de ella, así como a su círculo de servidores o clientes. Pero eso deja fuera a la mayor parte de las clases medias para las que la política existe pero no explica su existencia. Consumo, educación, vida en sociedad, autoayuda, guía doméstica y tantos otros temas, quedan por fuera de los diarios con la consecuencia de que estos, siendo instrumentos insuficientes de cultura, y carentes de todo valor añadido en la interpretación de lo político, tampoco atienden a esas necesidades del que aspira a vivir tanto o más que a votar. Los diarios tienen que ser hoy, en un tiempo en que internet y la televisión ubicua hace que los lectores ya lo sepan todo antes de leer el diario de la mañana, electrodomésticos del hogar; tienen que servir a la vida diaria, ser instrumentos de utilidad cotidiana.
y 4) Finalmente, esos diarios baratos que solo son capaces de contar lo puramente declarativo, oficial y super-politizado, lo ignoran todo del mundo exterior y todo en el mundo exterior ignora su existencia. La España de Franco, la de la dictadura, estaba paradójicamente mucho más informada de cómo era el mundo que en tiempos de democracia lo están la inmensa mayoría de los diarios latinoamericanos. Así no se forma una ciudadanía.
Esos son. He dicho.
Palabras que suenan como una sentencia y advertencia para los maestros de periodismo de cualquier universidad que se jacte de dar a las sociedades profesionales; y también para los dueños de los medios de comunicación que quieren mano barata y exigen buenos resultados.
Habría que pensar como en un anterior escrito señale:
El problema real se centra en la deontología a la que se debe apegar, el periodista, a las reglas que rigen el ejercicio de un oficio o cuando menos a unas reglas "específicas" o ética en particular, a la que hoy en día se muestra como una exigencia, para cumplir con la responsabilidad social que demanda un quehacer profesional
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